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APUNTES: La crisis de la República romana

APUNTES: La crisis de la República romana

LA CRISIS DE LA REPÚBLICA ROMANA.

 

La crisis de la República tiene cuatro aspectos fundamentales: la crisis de los esclavos, la crisis de los aliados, la crisis militar, la crisis agraria y la crisis política. Todos ellos provocados por la expansión imperial producida entre la 2ª y la 3ª Guerra Púnica (finales s.III-mediados s.II a.C.), que supuso la creación de las provincias de Hispania Citerior, Hispania Ulterior, Macedonia, Acaya (Grecia), Asia y África. Esta tremenda expansión enriqueció más a las clases altas y empobreció a las clases bajas, ya que, los poderosos obtenían importantes botines de las conquistas que emplearon en la compra de tierras y de esclavos para cultivarlas, mientras que los pequeños campesinos romanos obtenían un botín mínimo a cambio de unas campañas militares en tierras cada vez más lejanas -lo que requería un período de ausencia de su hogar cada vez más largo- con el consiguiente abandono de los cultivos y el empobrecimiento de la familia. Muchos, al regresar de las provincias, acababan vendiendo su parcela a los poderosos e instalándose en la ciudad donde a veces prosperaban creando un negocio, pero a veces gastaban su dinero hasta empobrecerse. En el caso de los auxiliares itálicos esta emigración era todavía mayor, ya que, a los factores anteriores se añadía el incentivo de que todo itálico emigrado a Roma recibía automáticamente la ciudadanía romana. Los nobles romanos tenían así una gran oferta de tierra barata, la de los campesinos que las abandonaban para irse a la ciudad, y una gran oferta de mano de obra esclava, la de los prisioneros de las guerras de conquista.

En todas las sociedades antiguas existió el esclavismo, pero el número de esclavos era siempre reducido, menor que el de los libres e incluso menor que el de las clases medias, por lo que difícilmente podía triunfar una rebelión de esclavos. En Roma, en cambio, las conquistas proporcionaron una gran abundancia de esclavos, especialmente en el sur de Italia, en Sicilia y en islas griegas como Delos, convertida por los romanos en puerto franco mediterráneo. En consecuencia, se incrementan los riesgos de rebeliones esclavas. En Italia hubo tres rebeliones esclavas en 199, 196 y 186 a.C. que fueron sofocadas con facilidad. Sin embargo, la rebelión de los esclavos de Sicilia organizada por un esclavo griego procedente de Siria llamado Euno, consiguió derrotar a las tropas romanas de la isla y crear un ejército de 20.000 esclavos que consiguió tomar casi toda la isla y establecer un reino helenístico que duró tres años (135-132 a.C.). Además, el ejemplo se extendió a Italia (Roma, Minturna y Sinuessa), Atenas y Delos. Aunque los romanos consiguieron sofocar la rebelión, en 104 a.C. se produjo otra nueva rebelión en Sicilia, esta vez de menor duración, y entre 73 y 71 a.C. la rebelión liderada por el gladiador Espartaco estuvo a punto de causar un desastre a la ciudad más poderosa del mundo, ya que formó un ejército de 20.000 soldados que venció a los cónsules en varias ocasiones, hasta que en 71 a.C. Craso lo derrotara al mando de 6 legiones. Desde entonces, los romanos procuraron establecer medidas de seguridad y control de los esclavos, unidas a la generosidad en la manumisión o liberación de los más fieles.

Los itálicos, desde la derrota de Aníbal en 202 a.C., se habían convertido en fieles aliados de los romanos en las guerras de conquista. Sobre todo desde que Escipión iniciara la política de fundación de colonias itálicas con derecho latino con la sevillana Itálica (206-205 a.C.), política que habría la posibilidad de enriquecerse emigrando a las provincias conquistadas. Sin embargo, la ausencia prolongada de los soldados auxiliares itálicos sus tierras perjudicó a sus lugares de origen, empobreciendo su agricultura, por lo que no es de extrañar que Cayo Graco uniera en 123 a.C. las reivindicaciones de los agricultores romanos a la cuestión de la concesión de la ciudadanía romana a todos los habitantes de Italia. Cayo Graco fue asesinado en 121 a.C., pero sus reivindicaciones fueron replanteadas por los tribunos Saturnino en 100 a.C., y Druso en 91 a.C., ambos asesinados por los nobles. Ante la situación, los itálicos se rebelaron y crearon su propio Estado, Italia, con capital en Corfinium y senado propio, y mantuvieron en jaque a Roma durante tres años, del 91 al 89 a.C., hasta que el cónsul Plauto Papirio les concedió la ciudadanía y acabó con los pocos que se negaron a aceptarla. Desde entonces, Roma dejó de ser una ciudad para convertirse en algo parecido a un Estado-nación, aunque nominalmente sus integrantes seguían siendo ciudadanos y sus lugares de residencia, por muy alejados que estuvieran de la Urbe, eran parte de la ciudad.

La solución a la crisis de los itálicos supuso también una solución a la crisis militar. El hecho de que la estancia en las legiones perjudicara al campesino romano de clase media, el único capaz de pagarse su equipo, al dejar abandonadas las tierras, supuso que muchos no quisieran ser reclutados. Tiberio y Cayo Graco, cuando propusieron, en 133 y 123 a.C. respectivamente, repartir entre los romanos pobres algunas tierras de los ricos, limitando el máximo de hectáreas por persona, estaban pensando en realidad más en la necesidad de tener campesinos con suficiente capacidad económica para formar parte del ejército que en la igualdad o justicia social. Sin embargo, los nobles no estuvieron dispuestos a ceder sus tierras y los asesinaron a ambos. Fue Mario, un cónsul de origen plebeyo, el que en 107 a.C., ante la necesidad de reclutas para la Guerra de Numidia (actual Argelia), decidió proporcionar el equipo militar a los romanos pobres a costa del Estado proporcionándoles a los mismos una paga a la que se le descontaba una cuota mediante la que financiar dicho equipo que, al final del período de reclutamiento pasaba a formar parte de los bienes del legionario. Por otra parte, Mario les otorgó tierras en África donde creó las primeras colonias romanas (no ya itálicas ni latinas) fuera de Italia. Los nuevos legionarios de Mario fueron denominados despectivamente por los nobles “mulas marianas”, pero pronto se convertirían en una fuente de poder. A ellos se unirían los abundantes legionarios procedentes de Italia, ciudadanos romanos desde el 89 a.C., como ya se ha dicho.

La crisis agraria se solucionaría con la política iniciada por Mario de fundar colonias fuera de Italia, a costa de los habitantes de las provincias. Los grandes generales que le sucedieron llevaron a cabo múltiples fundaciones por todo el Imperio, entre las que se pueden citar dentro de España, Pompaeilona (Pamplona), fundada por Pompeyo durante su guerra contra su rival Sertorio, apoyado por los lusitanos; la colonia Julia Rómula Híspalis (Sevilla), fundada por Julio César en el 45 a.C. tras la Batalla de Munda contra Cneo Pompeyo, el hijo de su rival; y las colonias Emérita Augusta (Mérida) y César Augusta (Zaragoza), fundadas por orden de Octavio Augusto durante y después de las Guerras Cámtabras, en el 25 y el 14 a.C., respectivamente. Cada una de las decenas y decenas de fundaciones realizadas durante el siglo I a.C. suponía tierras para los romanos pobres. En el Imperio desapareció el hambre de tierras puesto que después de la institución por parte de Augusto de la Annona o reparto gratuito de trigo para los ciudadanos pobres, ya no fueron muchos los que desearon rebelarse o alistarse a las legiones para conseguir tierras.

Sin embargo, las soluciones a la crisis militar y agraria supusieron una crisis política que se venía fraguando desde los Gracos. Los políticos romanos, todos nobles, desde luego, se habían dividido entre populares (partidarios de los pobres) y optimates (partidarios de los ricos). A partir de Mario el apoyo del pueblo contaba menos que el apoyo de los legionarios, que a cambio de las tierras y botines que sus generales les prometían estaban dispuestos a apoyarles políticamente incluso aunque hicieran leyes contrarias a los intereses de su clase social. Así consiguió Sila (optimate) vencer a Mario (popular), en 86 a.C., y proclamarse dictador desde el 82 hasta el 79 a.C., meses antes de su muerte natural. Pompeyo (optimate) y Craso (popular), cónsules en el 70 a.C., decidieron en el 60 dejar de rivalizar y probar un nuevo sistema, el Triunvirato, incluyendo a un joven político llamado Cayo Julio César. La muerte de Craso en el 53 frente a los persas supuso el comienzo de la Guerra Civil entre Pompeyo y César, que se saldó con la victoria de este último tras la Batalla de Farsalia en Egipto, en la que murió Pompeyo (49 a.C.) y la Batalla de Munda contra su hijo Cneo en Hispania (46 a.C.). César se proclama dictator perpetuus y, aunque rechazó la corona real que Marco Antonio le ofreció en febrero del 44 a.C., fue asesinado en los idus de marzo por una conjura dirigida por su hijo adoptivo Junio Bruto. Marco Antonio, Lépido y Octavio, el otro hijo adoptivo de César, miembro de la familia Julia por parte de madre, formaron el segundo Triunvirato en el año 43 a.C., asesinaron a 130 senadores (entre ellos Cicerón) y derrotaron a Bruto y Cassio en el 42. Pero la unión de Marco Antonio con Cleopatra en el 36 a.C., despreciando a su legítima esposa, Octavia, hermana del heredero de César, sirvió de excusa a Octavio para declararle la guerra y vencerlo en la Batalla de Actium (31 a.C.). Antonio y Cleopatra se suicidaron, el hijo de César y Cleopatra fue ejecutado y Egipto se convirtió en provincia propiedad privada de Octavio, que con sus abundantísimas cosechas de trigo se permitió repartir trigo gratuito entre los pobres de Roma, ganándose para siempre el apoyo de la plebe. En el año 27 a.C. Octavio proclama la restauración de la República y el senado a cambio le otorga el título honorífico de Augusto (“el de los buenos augurios”). En realidad, el senado sólo controlaba el gobierno de provincias pacíficas y desmilitarizadas como la Bética, mientras que los gobernadores de las provincias militarizadas y los legados o generales de las legiones eran nombrados y depuestos a voluntad de Augusto, con lo que el poder real quedó totalmente en manos de una sola persona, a la que se conocerá como Imperator.

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