APUNTES: El Alto Imperio (siglos II y III)

EL ALTO IMPERIO (SIGLOS II Y III).
1. La Dinastía de los Antoninos.
En palabras del historiador británico Sir Edward Gibbon (1737-1794), el siglo de los Antoninos fue el más feliz de la historia de la humanidad.
Nada más ascender al trono, Nerva adoptó al gobernador de Germania, Trajano (98–117), que le sucedió a su muerte dos años después. Trajano fue el primer emperador no nacido en Italia, ya que procedía de la ciudad bética de Itálica, de una familia allí asentada desde tiempos de Escipión. Bajo su mando el Imperio alcanzó su máxima extensión, pues conquistó Dacia (actual Rumanía) en 106, Arabia Nabatea (actual Jordania) en 107, Armenia y Mesopotamia (actual Irak) en 116. Destacó también como gran constructor (Foro de Trajano, con su mercado y su columna) y como benefactor de los pobres de Italia, para los que instituyó un sistema de protección alimentaria.
Adriano (117–138), sobrino segundo por línea materna de Trajano logró con el favor de la emperatriz Plotina que lo adoptara y nombrara heredero en el lecho de muerte. Abandonó Mesopotamia y firmó la paz con los persas. En Britania construyó un enorme muro para aislar la provincia de pictos y escotos. Su gobierno fue pacífico y próspero, aunque tuvo que sofocar otra rebelión judía que acabó con la expulsión de los judíos de su tierra. Incorporó al gobierno a muchos caballeros de clase media, suscitando el odio de los senadores. Legisló en favor de los esclavos prohibiendo su ejecución a los amos sin juicio previo. Construyó grandes obras en Roma (Panteón).
Adriano adoptó a Antonino Pío (138–161), obligando a este a su vez a adoptar al joven Marco Aurelio. La época de Antonino fue próspera y pacífica, aunque la presión de pictos y escotos en Britania le llevó a construir otro muro más al norte del de Adriano. En su reinado ningún senador fue ejecutado. Marco Aurelio (161–180), educado por Adriano con los mejores maestros, fue un caso excepcional de monarca filósofo, como demuestra su obra Meditaciones. Murió de peste cuando estaba a punto de conquistar Germania.
Cómodo (180–192) fue el único emperador de la dinastía que sucedía en el trono a su padre carnal, y el peor, sin duda. Combatió en más de trescientos combates de gladiadores, pero renunció a continuar las conquistas de su padre. Ejecutó a su hermana Lucila y a muchos senadores. Murió asesinado por pretorianos.
2. La dinastía Severiana.
Tras un breve periodo anárquico el militar africano Septimio Severo consiguió establecer una nueva dinastía el año 193. Su hijo Caracalla (198-217) concedió en el año 212 la ciudadanía romana a todos los habitantes del Imperio, con excepción de unos pocos, como los judíos. Con él Roma, que en la República había pasado de ser una ciudad a integrar a toda la Península Itálica, pasaba a convertirse en un enorme Estado con unos 50 millones de ciudadanos y un territorio de dimensiones superiores a la mayor parte de los Estados modernos.
Los sucesores de Caracalla sumieron de nuevo al Imperio en las excentricidades del despotismo hasta que los soldados del Rin asesinaron en 235 al último representante de la dinastía de los Severo por intentar sobornar con regalos a los germanos en lugar de hacerles frente.
3. La crisis de mediados del s. III.
En el medio siglo siguiente hubo una veintena de emperadores (uno cada dos o tres años), de los cuales ninguno murió de muerte natural. Cada ejército nombraba a su general como emperador, habiendo en ocasiones tres o cuatro emperadores a la vez, luchando entre ellos. La crisis política produjo además una crisis monetaria y comercial, que supuso la decadencia de las ciudades y la ruralización del Imperio. Los artesanos abandonaban sus oficios y los campesinos las tierras de sus patronos, que ejercían una gran opresión sobre ellos ante la escasez de esclavos. La crisis económica supuso también una depresión cultural -decadencia de las artes, las letras y las ciencias- y religiosa -abandono de los templos de los dioses tradicionales y los antiguos emperadores frente al crecimiento de religiones como el mitraísmo, el maniqueísmo o el cristianismo-, hasta el punto de que una quinta parte de los habitantes del Imperio eran ya cristianos a pesar de las persecuciones.
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